En esta ocasión, mi intención es hablaros de un cómic americano un tanto particular. Una miniserie que tal vez no sea del gusto de toda clase de público, pero que tiene una serie de elementos y características muy reveladores de la trayectoria de sus autores, y que presenta algunas cuestiones de interés que hacen reflexionar a los lectores que se acerquen a sus páginas.

Peter Milligan, guionista de esta obra, pertenece a esa generación de autores británicos que desembarcaron en el cómic norteamericano durante los años 80, siguiendo la estela de Alan Moore y trayendo un nuevo aire fresco y un tono, en general, más adulto y reflexivo a las historias que contaban. Gente como Jamie Delano, Neil Gaiman, Grant Morrison o el propio Peter Milligan comenzaron a realizar trabajos en la editorial DC Comics algo alejados de lo que venía siendo el estilo y enfoque habitual en el cómic de superhéroes. Tal vez eclipsado por los grandes nombres de aquella generación, Peter Milligan (como sucede con Delano), pese a ser uno de los grandes arquitectos y contadores de historias de aquella primera generación de guionistas británicos, no ha tenido la misma suerte que Moore, Morrison o Gaiman en lo que se refiere a contar con continuas reediciones de sus obras principales, más allá de uno o dos casos (quizás su serie «Blanco Humano» y su conocida etapa final en «Hellblazer» sean la excepción en lo que a sus colaboraciones para Vertigo se refiere).

La obra nos acerca a dos de las principales inquietudes que permean toda la obra de Peter Milligan: la cuestión de la identidad, y la sexualidad como forma de liberación y autenticidad.
Respecto al tema de la identidad, el cómic presenta planteamientos relativos a la verdadera identidad y la relación entre la persona y el personaje. Los diferentes sujetos que se ven involucrados con el Extremist se plantean siempre el mismo interrogante existencial: ¿es su verdadera identidad la persona bajo la máscara o el personaje que han optado por encarnar?. Una pregunta que es, también, la gran pregunta sobre la identidad del personaje enmascarado o el superhéroe. ¿Hasta qué punto es el personaje enfundado en cuero el que supone la representación de un determinado papel bajo el anonimato? ¿No sería que dicho personaje realmente toma tal grado de desarrollo que termina, de alguna manera, sustituyendo a la identidad de la persona que se esconde bajo la máscara? ¿Es el sujeto enmascarado el personaje ficticio o más bien resulta que estamos ante la auténtica fachada cuando la persona se despoja de su uniforme? El cómic, como suele ser habitual en la obra de Peter Milligan, no te ofrece la respuesta definitiva, sino que más bien te deja planteada la incógnita para que sea el propio lector el que reflexione sobre el asunto tras la lectura.
La cuestión del sexo también juega un papel fundamental en The Extremist. No son solamente los más que frecuentes encuentros sexuales de los personajes, la atmósfera de decadencia y desenfreno relativos a las parafilias y las múltiples referencias a fenómenos relacionados con la sexualidad a lo largo del tebeo. Es que además la sexualidad juega un papel de catalizador para la liberación de los personajes, para el reconocimiento y aceptación de su propia identidad. Una sexualidad perversa, cruel, normalmente violenta y en ocasiones cercana al fenómeno de la muerte. Una sexualidad tan sucia como libertadora. Esa relación entre sexo e identidad que el tebeo hace tan palpable de forma brutal es quizás parte de lo que atrae y al mismo tiempo repele, consiguiendo transmitir esa idea de lo extremo, tan presente desde el título mismo de la obra hasta su cierre definitivo.
La estructura narrativa es sencilla, pero eficaz. Durante el primer número vemos a Judy ya en su papel del Extremist, encontrándose a sí misma y buscando descubrir la identidad del asesino de su marido, dejándonos con la incógnita respecto a la pregunta definitiva que se le presenta a la protagonista, la que definirá su identidad. El segundo y tercer número construyen los antecedentes que llevaron hasta ese primer momento: la figura y papel de su marido, el descubrimiento del secreto por parte de Judy y la manera en la que poco a poco ella va introduciéndose en la secta siguiendo los pasos de su fallecido cónyuge. El cuarto número, que servirá de cierre y en mi opinión muy redondo para esta miniserie tan directa, sucia y violenta, enlaza con el cliffhanger del primer número. Un final que nos dejará con la respuesta de la protagonista pero con la duda del lector: ¿Qué identidad es la verdadera? Judy tiene su respuesta, y nos es explicada de forma clara y definitiva, pero una vez finalizado el tomo, el lector tendrá que pensar en su propia contestación. Tal vez porque nunca exista una sola y unívoca respuesta al planteamiento sobre quienes somos que sea válida para todos. Cada uno deberá descubrir la suya.
He planteado ya las que considero que son las claves esenciales respecto de la historia y su estructura, pero no he hablado hasta el momento del arte de este tebeo. Reconozco que en un principio, al primer vistazo, el arte de Ted McKeever puede causar cierto rechazo a muchos potenciales lectores. Su estilo de dibujo marcadamente expresionista, su ambientación sucia y su tono claramente sórdido pueden resultar desagradables para un lector que se acerque a abrir el tebeo y a mirar dos o tres viñetas. Sin embargo, debo reconocer que, cuando entras a sumergirte en la lectura, su estilo se adapta como un guante a las necesidades de este tebeo. El impacto que deja la historia que estamos leyendo no sería ni la mitad de hondo si el arte de la misma fuera más limpio o realista. El carácter decadente y extremo de la vida de los personajes así como la atmósfera sucia y repulsiva en que se van introduciendo, necesitan de un arte que sepa deformar la realidad y transmitir sensaciones más que acciones. Si es preciso que la materia se expanda hasta romper la forma que se empeña en contenerla (y este es el sentido rompedor y revolucionario del tebeo), un arte como el de Ted McKeever es el tipo de estilo que un cómic de esta naturaleza requiere.
Respecto de las labores del colorista, Tom McCrow, cabe destacar que combina la presencia de colores oscuros (negros, grises, marrones oscuros, verdes apagados, ocres) con otras tonalidades vivas y llamativas (amarillos, rosas, violetas, rojos o colores salmón entre otros). Normalmente, estos contrastes tienen lugar entre las escenas de la atmósfera en que se mueve el Extremist y los decorados y vestimentas de la vida «civil» de los personajes. Detalles como el colorido de un sofá, de una camisa o de un tono de pelo o de piel contrastan con la atmósfera oscura y lúgubre de las actuaciones del Extremist para la secta a la que sirve y con la vestimenta siniestra y amenazadora que caracterizan al personaje. Un acierto, sin duda.

En mi opinión The Extremist es un gran tebeo. Una de esas joyas bastante olvidadas, tanto por los editores como por el público general, que tuvo la línea Vertigo en su momento. Una obra que, por las circunstancias de edición en nuestro país, quizás mucha gente ni siquiera conozca, pero que ofrecen una perfecta introducción en forma de tomo autoconclusivo al estilo de hacer y contar historias de dos grandes profesionales del medio. En tan solo 4 numeritos, tenemos aquí condensadas buena parte de las inquietudes y de los temas de reflexión de un escritor como Peter Milligan. Tenemos también a un artista particular como es Ted McKeever, pero que tiene un gran talento para transmitir sensaciones y atmósferas cargadas y decadentes. Quizás no sea para todo el mundo, pero es desde luego una obra de culto que debería ser recuperada por parte de la actual poseedora de la licencia de publicación.
