Seguimos repasando obras primerizas del autor norteamericano y hoy nos ocupamos de su primera obra publicada: Battle Pope. Acompañado por su inseparable amigo, el artista Tony Moore, fue publicado de forma independiente por su propio sello Funk-O- Tron en el año 2000 y en blanco y negro, si bien tuvo reedición desde Image algunos años más tarde, cuando Kirkman ya trabajaba en varios títulos de esa editorial. Esa nueva versión contó con el color de Vlad Staples, tal y cómo ocurriera en otra serie de ambos autores concebida en escala de grises y que reseñábamos hace unos días en El Mundo del Cómic, Brit.
Battle Pope. La ópera prima de Robert Kirkman
En Battle Pope asistimos a un trabajo primerizo que, si bien no está exento de la fuerza y energía propias de la juventud de sus autores, sin duda supone un producto menor en la bibliografía de ambos, con algunos errores narrativos y un acabado bastante poco conseguido en muchas de las viñetas. Una visión humorística y desenfadada de la lucha clásica entre el cielo y el infierno que se nutre de polémicas y argumentos cercanos al escándalo para, sin duda, dotar de atractivo lo que no es más que una sucesión de sketches y escenas llamativas.
Analizamos con lupa esta obra que, no obstante, sigue siendo de las preferidas de Kirkman por lo que supuso en su carrera y la aparición de algunos personajes difíciles de olvidar como la nueva versión de Jesucristo o esbirros como Los Gemelos Zombi, que además nos dejan un acercamiento a algunas ideas que desarrollaría con mayor y mejor contundencia posteriormente, como un constructo gigante formado por cuerpos de cadáveres, similar a lo que vimos en el inicio de su anteriormente también citada serie Brit.
UN PAPA CON ATRIBUTOS DE BUEN PECADOR
Teniendo en cuenta que la obra es claramente humorística, no sería justo ahondar en los muchos agujeros argumentales de la propuesta, ya que la historia actúa de mera conductora de situaciones jocosas y de imágenes preconcebidas que los autores querían trasladar al papel. Cabe destacar que Kirkman actúa aquí también de creador conceptual de los dibujos, además del argumento y guión. De hecho, incluso él mismo dibuja algunos de los episodios de la serie, que alcanzaba la quincena de entregas en Estados Unidos y posteriormente cuatro recopilatorios, de los que sólo dos llegaron a nuestro país por medio de Aleta.
El aspecto gráfico es caricaturesco, cómo asentaría posteriormente Moore en su estilo, pero carente del detalle y cuidada ambientación que llegarían en su consolidación como artista.
Se trata de una parodia de historietas de superhéroes que se inicia cuando un Papa recibe poderes especiales para luchar contra la invasión del infierno al mundo terrenal. Poco antes y en las primeras páginas, Dios había dejado a su suerte a la humanidad por su escasa fé y depravados comportamientos. Cuando el arcángel Miguel, enviado a la tierra para ayudar en la guerra de hombres contra demonios, es capturado por Lucifer; el Papa recibe su misión de manos del Todopoderoso: rescatarlo y devolver el equilibrio entre las fuerzas del bien y el mal, con la ayuda de su hijo, Jesucristo.
LA POLÉMICA COMO RECLAMO. EL VICIO Y LA RELIGIÓN
Pero las claves que utiliza Kirkman para llamar la atención sobre Battle Pope no son sólo gráficas, aunque está comprobado el atractivo del mero hecho de hacer un superhéroe
ataviado con tiara y vestimenta religiosa. Es en la inversión de los elementos morales de la religión cristiana y la utilización de sus deidades con intención ridiculizante donde Battle Pope encuentra sus principales reclamos.
Aunque ya habíamos visto “ataques” al cristianismo con obras mucho más destacadas en Estados Unidos como el Predicador de Ennis o incluso en productos de consumo como el Deathblow de Jim Lee; en esta ocasión se torna mucho más socarrón y simple, con una puesta en escena que bien podría recordar al uso de revistas satíricas como el propio El Jueves en nuestro país. Sin duda, Robert Kirkman buscaba notoriedad tras varios trabajos menores con autopublicaciones, incluso antes de cumplir la mayoría de edad. Usando la religión y a la Iglesia, conseguiría su objetivo de atraer miradas, aunque fueran de enfado o indignación. Visto con perspectiva, la ocurrencia supuso un enorme pistoletazo de salida para su carrera, ya que dejaba claro lo que sería una constante en su carrera. Aquí venía a herir sensibilidades.
LA POLÍTICA DE LO INCORRECTO
Si eres Papa y sólo te interesa el sexo con cuantas mujeres puedas, el alcohol, los excesos y la gloria inmerecida, eres el superhéroe perfecto para que Kirkman y Moore destilen incontinencia, simplicidad, amputaciones y cotidianeidad. Tú compañero de aventuras será el propio Jesucristo, un ser todopoderoso a la par que simple como un niño de 4 años. Importa poco a donde vaya la historia, pero hay un par de salvajes situaciones que pueden hacer que nos miren con interés, que se enamoren de los diseños de nuestros personajes o que se pregunten con qué locura nos pueden sorprender a la vuelta de la página.
El Battle Pope es una obra tan vulgar y simple que podría haber salido del cerebro de un atrevido adolescente en una tarde de chascarrillos con los amigos. Cosa que, prácticamente, es lo que pasó, al menos en la edad de Kirkman cuando se tiró a la piscina con su Papa matademonios. Si lees esta obra buscando emoción o continuidad, seguramente te des de bruces con una historia tan tonta como burra. Si lo asumes como un medio para alcanzar un fin de sus autores, entonces te llamará la atención alguna página en la que sí hay homenaje a superhéroes o soluciones gráficas que destacan por lo atrevido o lo rupturista. Encuadres que, bien mirados, dejan claros detalles de genialidad. Un paseo por el infierno en el que los teletubbies son parte de la tortura de los condenados no deja de ser interesante.
NO DEBI FIARME DE DIOS
Como conclusión, en este repaso por la obra más desconocida de Robert Kirkman, nos damos cuenta de que para comprender al autor de Kentucky hay que leerlo desde el principio. Este Battle Pope no sentaría las bases de nada, no es para nada buena lectura y no cuenta con un excelso apartado gráfico. Más bien es un tortazo al lector, un experimento de lo que supone un dardo bien colocado para trascender del anonimato al plano de lo polémico, lo atrevido y lo salvaje. Es una declaración de intenciones de sus autores que demuestran que con ilusión, lo más pequeño, la idea más tonta, puede resultar una genialidad. Recomendable como rareza y para seguidores de Kirkman y Moore, imprescindible. Como cómic no pasaría del suficiente, si lo alcanza… Pero es agradable pensar que también locurones como estos pueden ver la luz en el mundo del cómic.
Fran Fernández.